martes, 10 de noviembre de 2009

Atropina

Hace siglos que no me concentro. Quizá sean las drogas, quizá sea que todo me importa un bledo. Hace tiempo que intento sacar de mí algo que merezca la pena, pero resulta que lo único que realmente me motiva son boberías y estupideces que no me hagan pensar. Como el sexo. Divino placer que me transporta a cualquier parte menos aquí.

Así que voy a intentar contarte una historia, como las de antes. Ya sé que es tarde y quisieras estar en la cama, dormido, en silencio, pero es que esta noche es mía, y porque es mía te la quiero regalar.

Los regalos no se desprecian, me lo enseño mi madre, una vez que mi abuelo me quiso dar una moneda de veinte duros y yo le dije que no hacía falta, pensando en que mamá estaría orgullosa. Sin embargo, me sorprendió con un “si tu abuelo quiere darte veinte duros, cógelos. Es un feo muy feo dejarle con la moneda en la mano. Los regalos se aceptan siempre”. Por eso tengo en casa una caja llena de regalos que nunca me han gustado.

Disculpa… ¿Tu historia? Lo siento, me disperso. Ya dije que no me concentro, hace siglos, creo que matice. Estoy esta noche aquí para ti. Para contarte una historia y mientras intentas no cerrar los ojos, yo intento concentrarme y no pensar en fumar. ¿Has pensando algo en concreto? De la historia, digo. Quizá te apetezca una historia de amor o una de desamor. Ya sabes que las aventuras se me dan fatal. Me refiero a las tipo Indiana Jones. No a las que provocan el desamor. Aunque si quieres de ésas alguna seguro que sé. ¿No has pensado nada? Vaya.

Cierra los ojos. Respira. Despacio. Aquí tumbados en la cama nada malo puede pasar. No hay pasado ni futuro. Sólo presente. Aquí, desnudos, sobre las sábanas. Una mano sobre la otra. Acariciándolas casi sin tocarlas. Entre respiraciones espera unos segundos. Ahora llena los pulmones de aire e imagina un mundo en el que no hay ruidos, y tú no eres ni tu cuerpo ni tu mente. Sólo eres tú: esa luz que hace tiempo que no ves. Conviértela en lo que tú quieras. Siéntete Dios, pero no te moldees, sólo elimina lo que sobra y quédate contigo. Búscate y aférrate a eso cada vez que inspiras. No lo dejes ir. Cuando expires, expulsa todo lo que te ha sobrado. Ahora ya estás listo. Sólo falta la historia. Y siempre mejor de dentro para fuera, que se me da mejor.

He decidido fumarme un cigarro, pero no lo he encendido todavía. Sería el tercero de hoy. No me digas nada, que estás para una historia. Y vas a tener que regañarme por otras cosas. Estoy absolutamente convencida. ¿Puedo cambiar historia por una de esos momentos drama queen que tanto me reconfortan? Mejor será. Lo siento. No dejes de respirar, tendríamos que volver a empezar y ya casi estás dormido.

La atropina es una droga anticolinérgica extraída de la belladona (Atropa belladonna) y otras plantas de la familia Solanaceae. Es un metabolito secundario en estas plantas y se ocupa como droga con una amplia variedad de efectos. Uno de ellos es inducir a la anestesia general. En mi imaginación me inyecto atropina para quedarme en la cama y no volver a levantarme hasta el día siguiente. En casos como en el del mes de octubre, -del que me declaro antifan incondicional- me encantaría levantarme el día 1 de noviembre bien tarde, para no arriesgarnos. Esta noche he descubierto que no puede usarse en pacientes con problemas intestinales. Demasiada aceptación para un par de sesiones de terapia, ¿no crees? Ya no me queda ni la atropina. La única de las medicinas que estaba dispuesta a tomar sin rechistar. Necesitaría ahora por lo menos un gramo. ¿Hará lo mismo lo belladona? Estoy cansada de las flores de Bach.

A fuego en mis huesos se han tatuado nombres y fechas. Recuerdos. Lágrimas. Risas. Pero sobre todo, en mis huesos encontrarás el peso del cansancio de los días. He visto tan poco y me siento tan pequeña y tan perdida, que tanto dolor a estas alturas de la historia suena infantil. Hay tanto camino por recorrer todavía y tanto que desaprender. Sí, desaprender. Uno nunca controla lo que aprende, de repente está ahí y se queda para siempre. El problema es siempre lo que deberías eliminar. Lo que aprendiste mal, las creencias, el resentimiento que se acumula y las vivencias mal entendidas. No me beses ahora porque te devolvería el beso y no debo.

Una vez me dijeron que uno debería arrepentirse de lo que no ha hecho. Como todas las verdades absolutas, deben estar equivocados. No hay excepciones a la regla. Porque ando convencida estos días de que estas no existen. Es como intentar tener un manual de cómo ser perfecto: existen tantas variables que es inevitable equivocarse, hagas o no hagas. Y sólo te das cuenta cuando el tatuaje ya está hecho. ¿Qué hacer entonces? No hay terapia que cure eso, si no estás listo para ser curado.

Yo quería contarte esta noche una historia sobre lo mucho que te quiero. Quería decirte lo muchísimo que necesito que duermas conmigo esta noche con un brazo alrededor de la cintura y el otro bajo mi cuello. Cómo disfruto apartando mi pelo para que no te moleste al respirar y cómo parece que me transportas a otro universo donde los sueños están hechos de golosinas. Quería que las palabras brotaran de mi boca como los besos cuando me miras de reojo, sin embargo aquí me tienes, pensando en atropina. ¿Querrías ser tú mi atropina? ¿Querrías ser tú la belladona que cure mis heridas? Demasiado para tan poco nosotros, ¿verdad? Tal vez, después de todo, quizá, aunque no lo sé, deberíamos simplemente follar y dejarnos de historias. Yo podría encerrar todos estos sentimientos a buen recaudo y hacer lo que se me da mejor: engañarme y buscar el mejor argumento racional que explique mis acciones, o mis reacciones, según se mire. Y míranos, ya estamos desnudos. Sería mucho más fácil que intentar seducirte con palabras. Y mucho menos con un “Érase una vez…”.

Tienes las manos fuertes, pero no grandes, y tus dedos se deslizan por mi ombligo, en una caricia casi infinita que me hace suspirar. Sólo me has rozado y ya siento la sangre en mis venas más deprisa. Pasas una mano por mi espalda arqueada y vas subiendo con un dedo hasta mi cuello,… “Déjame contarte una historia”, pienso. “Tal vez esta sea la historia”, me susurras en los labios, justo antes de besarme y dejarme sin aliento. He olvidado respirar mientras te mueves despacio sobre mí, sin apartar la mirada. En algún segundo escucho llover fuera, en el mundo. En este universo donde sólo tú y yo somos uno, no. Aquí no llueve. Aquí todo está oscuro y tus ojos iluminan el camino hacia tu boca, que es la única que respira ahora. Y pienso en ahogarme en ti. Y en ese momento donde me siento morir. Mi atropina.

Tu historia era una historia de despedidas y de bienvenidas. Yo quería que te adormecieses en mis brazos, como hacías hace años, y que me llevaras contigo al otro lado. Ahora tengo la cabeza llena de mierda. Perdón, tienes razón. Mierda suena fatal. Tengo la cabeza llena de basura… “De mierda. La tengo llena de mierda. Digas lo que digas”. Y empiezas a incomodarte, a reprochar. Ahora quieres vestirte y marcharte. Susurras que no tendrías que haber venido y que sería mejor no haber cogido el teléfono, porque sabías que acabaría suplicándote que te quedases. En mi vida, no a dormir. Yo ya hace un rato que suplico, es cierto. Que no te vayas, que te quedes, que me portaré bien. Es la misma historia de siempre. Tienes toda la razón. No debes, no puedes ser mi atropina. Tu historia nunca fue tuya y yo te he manipulado para que me dieras un poco de tu alma a cambio de nada.

Espero no volver a verte nunca. Por mi bien. Espero que seas más fuerte que yo y que desaparezcas, dejando sólo una muesca en mis huesos…

Horas después sigo despierta en la cama. Desnuda. Patética y con los pies en el suelo. Debería haberte dejado marchar hace meses.

Debería haberme dejado ir hace años. Acabar la historia con grandes dosis de belladona. Con toneladas de atropina.

1 comentario:

Max E.G.B. dijo...

Gracias por el regalo de este texto. Me ha "atropinado" durante un rato. El estilo con el que esta escrito me parece original y fresco.
Salud y suerte.