sábado, 12 de junio de 2010

La sala de espera

El ruido de la gente hablando, quejándose y moviéndose a su alrededor
no es tan molesto como el silencio de la mujer sentada a su lado. No
se mueve apenas. Está sola también, pero parece que le importa un poco
más. Miran ambas a la puerta de cuando en cuando, a la espera de una
señal. Al cabo de una hora de muda compañía, se levanta y se apoya
contra una de esas paredes azulejeadas en blanco y amarillo. Tiene la
mirada triste, el pelo negro corto y no es muy alta. No es guapa,
aunque hace años que no le importa. Ésa es la impresión que trasmite.
Quizá sea una aparición del futuro que le espera. Quizá lleva
demasiadas vidas esperando sentada en la misma fila de butacas. Porque
al final tampoco importa mucho estar sentado más a la izquierda que a la
derecha, ¿verdad?
En una de estas vidas tendré que plantearme cambiar alguno de los
patrones que me llevan siempre a esta sala de espera. Los caminos que
se recorren a ciegas nunca acaban en las puertas del cielo. Por otro
lado, los que se recorren a sabiendas de lo que está por venir carecen
del elemento sorpresa. Lo que trato de decirte es que esa señora
silenciosa es una molestia sólo por ser la excepción a la regla:
alrededor reina el ruido. En la butaca que le ha tocado ocupar hoy
cualquiera con algo que decir hubiera sido más que bienvenido. Y
cualquier palabra mejor que el silencio.
Se siguen repitiendo nombres por megafonía. Ninguno es el que espera
oír. Esa sala de transición se va vaciando. Como hoy no debía estar
aquí seguramente le toquen las sobras. La vida que nadie quiere. Con
suerte la próxima vez tenga posibilidad de elegir entre estrellas de
cine y modelos. No, hoy no. Hoy es jueves y lo que toque, toca.
Alguien grita que no esta. Si, si esta. Eso seria peor que conseguir
una vida prestada. Si, esta. Replica. Si esta! Demasiado tarde. Ahora
tendrá que explicar muchas cosas mas.
Maldito jueves.

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