Esta canción siempre me recuerda a ti. A tus manos y a la tierna manera que tenías de tocarme.
Todavía quedan unas diez personas y estoy convencida de que pasaran los tres minutos cincuenta y tres segundos que dura la canción, desesperaré y acabaré por no llevarme el bote de leche.
La última vez que la escuche íbamos en el coche y me acariciabas la mano con la punta de los dedos. Ahora todo resulta mucho más triste. Sobre todo cuando miro a la sección de ultramarinos.
Ibas medio dormido y mirabas por la ventana, sorprendido de vez en cuando por algún animalillos campestres, como los solías llamar. Tenías una voz suave y aguda, y me preguntaba muchas veces qué pasaría cuando empezases a cambiar la voz. Esperaba de verdad que no se pareciese a la mía, tu madre siempre decía que era demasiado afeminada.
Esta parte de la canción te gustaba especialmente. Solías mirarme, con una gran sonrisa en los labios, y movías las manos y los pies tanto como te permitía el cinturón de tu silla.
Esa tarde volvíamos de casa de tu abuela. Estaba algo triste porque no te volvería a ver en otros quince días, que a la viejita siempre se le hacían eternos, y se pasaba las tardes preguntando por su nieto. No te superó. Nos dejó unas semanas después.
Esta maldita cola no avanza y parece que he vuelto a escoger a la cajera más inútil de todo el supermercado.
La canción sí que avanza y siento las puntas de tus dedos en mi cara. Le pido a Marta que conduzca un poco más despacio, porque nunca me ha gustado la bajada del puerto, y siempre me da la sensación de que vamos a salir disparados. Se lo digo con los ojos cerrados; quizás, si los hubiera abierto, estarías aquí, conmigo, intentando convencerme de que te comprase una chocolatina o graznando el estribillo con tu voz de adolescente reciente.
Ocho personas ahora y quedan dos minutos veinte de canción. ¿Y si dejo el bote de leche sobre la estantería? Tampoco me hace tanta falta. Marta me hubiera cogido de la mano y me hubiera besado en la mejilla, sonriendo. “Espera un poco”, hubiera dicho, “en seguida estaremos en casa”
Marta tampoco te superó. La echo tantísimo de menos. Nunca se perdonó, y verme le recordaba continuamente su culpa.
Seis personas, última estrofa, estribillo y fin. Se hace cada vez más pesado. ¡Date prisa, imbécil!
Justo en el tercer minuto, con tres segundos, y a cincuenta del final, saliste despedido por el cristal y noté la punta de tus dedos aferrándose a los míos durante medio segundo… Luego te perdí de vista.
La punta de tus dedos es el último recuerdo real que tengo de ti. La punta de tus dedos y tu cara de sorpresa.
Creo que no voy a necesitar este bote de leche.
2 comentarios:
Qué bueno, carajo. Demoledor, Cande, no kidding.
te dije que te escribiría un comentario y venzo mi pereza -no es verdad- para hacerlo. a cualquier hora. de cualquier manera.
yo soy uno de los cuatro fantásticos, tengo experiencia en perder el tiempo.
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