lunes, 30 de junio de 2008

Mis gafas de sol


No me gusta andar sin gafas de sol, así que cerré los ojos, respiré hondo y pensé en que el coche estaba sólo a cien metros. Eran las dos y media de la tarde, no había almorzado, calzaba chanclas y llevaba el vestido que no había querido ponerme la noche anterior, pero que, a causa de una mancha inoportuna de maquillaje, no pude evitar ponerme. A pesar del mal humor por la falta de gafas y el cansancio por no haber dormido, sonreía. Quizá no debería, porque siempre acabo metiéndome en líos y los de faldas -o los de pantalones, si somos más estrictos- han sido los que más daño me han hecho al final. Crucé la calle casi sin mirar y con paso firme llegué al Poloyo. Seguía sonriendo y en la radio sonaba Sólo palabras y fue casi un milagro sentir otra vez tus dedos por mi espalda. No hay duda de que hay encuentros, situaciones, circunstancias en la vida que no se pueden controlar, y afortunadamente, no se pueden controlar. Me faltaban todavía las gafas de sol. Estaba convencida de que no sería capaz de mirar al sol sin ellas, pero allí estaba sentada en el coche, sonriendo, arrancando, moviéndome, andando.
Bésame los labios, tócame la cara, que me tiembla el alma.

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