
Me preguntó si quería complicarme la vida y le dije que las complicaciones son una forma de ver la vida demasiado confusa.
Aunque la verdad sea que soy demasiada compleja como para vivir en confusión.
Ella me dijo que entendía que debía estar muy cansada, siempre luchando conmigo misma para conseguir estabilizar, equilibrar mis expectativas.
Quizá estoy exhausta porque soy impaciente.
No le echo de menos, y me siento decepcionada porque pretendo encontrar consuelo en otros brazos. ¿Los de quién? ¡Qué importa! No es un consuelo a tu despedida, es un consuelo a mi impaciencia, a mi confusión.
Hoy me queda sólo la sensación de que debería haber vomitado. No metafóricamente hablando. Debería haber vomitado. Para evitar el dolor de cabeza, la angustia y la sensación de abandono.
Me estoy reinventando.
Volveré a los trenes. Siempre conmigo.
Sentada en un viejo banco de la estación, respirando el aire frío y húmedo de la madrugada espero y deseo que alguien se cruce en mi camino, pero imagino, paranoica, que posiblemente sea un psicópata que pretenda hacerme daño, con las manos llenas de cuchillas afiladas. Así que, miro las mías, agrietadas y coloradas, y pienso en la manera de calentarlas. Siento tu mirada lejana, a través de las montañas y los valles que me alejan de la estación donde nos despedimos. Descubro, asombrada, que no siento lástima por ti, quizá por mi.
Es egoísta. Aunque todos los somos, todos lo hemos sido. ¿Vas a juzgarme por eso? No voy a quererme menos por ello.
Soy la chica del puzzle, es cierto, la de las confusiones. La adicta a las complicaciones. Hoy ella me ha abierto los ojos y me ha hecho ver que no soy la única chica del puzzle. No soy especial. Aunque lo pretenda.
Ni dioses ni paraísos.
Ni cielos ni infiernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario