domingo, 4 de mayo de 2008

Cocinando


Nunca he sido amiga de la cocina. Un sandwich, una pizza, un bocadillo o cualquier otra cosa que pueda llevarme menos de 15 minutos de preparación es tan bueno para mí como el hojaldre de champiñones y pollo en salsa de curry que preparaba Lucía.

Sin embargo, me gusta hacer tartas. Preparar la masa, leer la receta un millón de veces para asegurarme de que sé lo que estoy haciendo; porque como con todo, necesito estar segura, porque suelo tender al desastre y a complicarme la vida.

Templo el horno como templo mi vida. Me gusta sentir como se va calentando despacio. Mientras voy dando vueltas por la cocina cubierta de harina, como la mesa, las sillas, el suelo...

En ese momento nada importa, salvo que la masa no tenga grumos, el horno esté listo y que la tartera tenga suficiente mantequilla, para que luego no se pegue.

Una hora después tienes en tus manos el resultado de tanto esfuerzo, y la satisfacción de que todos van a disfrutarla.


La vida debería ser como esa tarta:  dulce, apetitosa...


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